Hugo tiene 19 años y no quiere ser gay. Por muchas razones, razones que le duelen en el alma y que han hecho de su corta existencia una vida de mierda, como escribe en un correo electrónico bastante extenso para ser publicado en esta columna. Hugo no se acepta y me pregunta cómo se hace para dejar de ser homosexual.Su madre le ha dicho que está orando por su salvación. Su padre lo golpea. Sus amigos, que nunca fueron sus amigos, se han apartado de su lado. En la universidad, donde estudia Derecho, se siente otra persona porque nadie lo ha juzgado (todavía), pero en la calle lo miran y a veces lo insultan, quizás porque no puede ser rudo o porque tiene pareja y a, veces, no se da cuenta del mundo y es algo cariñoso. Hugo cree que es una enfermedad. Así se lo han hecho creer y, por eso, busca cura, una salida.Cuando uno cree que historias como la de Hugo pueden ser exageradas y únicas, otras voces similares a la de él se alzan y te recuerdan que, todavía, una opción sexual diferente a la de la supuesta mayoría es motivo de discriminación y de prácticas nefastas, como la que este fin de semana retrató El País en un reportaje titulado ‘Oraciones para dejar de ser gay’.El catalán Dogmatil Angel Llorent se sometió, durante una década, a un tratamiento basado en diez padrenuestros, diez avemarías, 75 miligramos de Ludiomil diarios y otros 20 de Dogmatil. Cada vez que veía a un chico guapo en la calle, rezaba. Logró ser un ex gay, pero casi se suicida. Hoy es un ex ex gay. Como él, otros siguieron tratamientos similares o peores. Está el drama de un chico que tenía que golpearse físicamente para no sentir interés, deseo o afinidad hacia otro hombre. O el de otro que debía masturbarse pensando en mujeres o ver pornografía.El País conversó con Malena Mattos, a quien hace un tiempo entrevisté para esta página. Es una peruana que se declara ex lesbiana y que defiende y promueve las llamadas ‘terapias reparativas’. El Perú es uno de los países donde se ofrecen este tipo de ‘curas’, al igual que en España, Estados Unidos, Canadá y muchos otros.La Organización Mundial de la Salud excluyó la homosexualidad como enfermedad en 1990. El año pasado, la Asociación Americana de Psicología condenó terapias como la descrita por El País, en las que, además, se cobra hasta 80 euros por sesión y que, evidentemente, son ineficaces y tortuosas.De acuerdo con la agencia EFE, el Departamento de Salud de la Generalitat en España ha abierto un expediente informativo a la Policlínica Tibidabo para esclarecer si en ella se trata la homosexualidad como una enfermedad, con fármacos y psicoterapia. Un portavoz estatal –citado por EFE– señala que se quiere conocer el alcance de estas prácticas psiquiátricas, “al entender que van en contra del plan de salud mental de la Generalitat, que no considera la homosexualidad como una enfermedad”.Pocas veces se denuncian este tipo de prácticas. No se sabe qué pasa en el Perú al respecto, pero he conocido a varias personas que acuden al psiquiatra para abordar su homosexualidad y terminan tomando pastillas que les reducen a nada el deseo sexual, alejándolas del ‘mal’, seguro que temporalmente.Se me ocurre que Hugo se sometería a cualquiera de estas terapias en busca de paz. Si no lo ha hecho hasta hoy es porque no se ha topado con esos ‘predicadores’ que a veces te sorprenden en la puerta de discotecas, postas médicas o centros de estudio.Lamentablemente, no hay información suficiente para la gente que es homosexual y no se acepta, o que es víctima de una serie de maltratos físicos y psicológicos. Hugo recuerda, por ejemplo, que en el colegio hasta sus profesores se burlaban de él. Y, en su vida sexual –porque esta columna es de sexo–, Hugo se declara feliz, pero lleno de culpa después del sexo. Siente que le está faltando el respeto a alguien, que será juzgado y que no debería ceder al deseo.De personas como Hugo hay que acordarse el Día del Orgullo Gay, este 28 de junio.
http://peru21.pe/impresa/noticia/yo-quiero-dejar-gay/2010-06-23/278253